En 1944, dos terceras partes de Europa,
pertenecían al Tercer Reich. Qué era el imperio de Hitler. La historia se
desarrolla en la ciudad de Clud como comúnmente se conocía a la antigua capital
de Transilvania. En dicha ciudad vivía un matrimonio de doctores: Miklos y Olga
Lengyel los cuales contaban con un hospital, en la citada ciudad, del cual era
dueño el doctor Miklos. Su familia estaba formada por sus dos hijos Thomás y
Arved, los papás de Olga Lengyel y su padrino.
Un día un oficial nazi llamado Wehrmacht, les conto las atrocidades que se cometían hacia la población judía, eran exageraciones, producto de una mente alcoholizada con el fin de crear miedo. Algo se escuchaba en los campos de concentración. Se sabe que parte de la ideología del Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes, se fundamenta en la creencia de una raza superior. Los alemanes son Arios, descendientes de una raza caucásica, cuyo privilegio residía en no haberse mezclado jamás con cualquier otra esta raza, ya que se creían superiores a todas las demás. Ésta raza es la destinada a dominar al mundo. Lo anterior, fue ciegamente creído por millares de soldados y civiles. Y fue la causante de la segunda guerra mundial.
La masacre de judíos sucede con, la confiscación de sus bienes la cual se realiza en cuestión de segundos quedando reducidos a la pobreza. El gobierno Húngaro pro-nazi, facilitaba la acción de la policía secreta, conocida como la Gestapo, y las fuerzas de los SS. Los saqueos a los negocios por los mismos soldados, eran normales así como los fusilamientos en masa en los bosques. Los cuerpos eran arrojados al río. Adolf Echan, oficial SS, era el encargado de realizar “La solución final”.
El doctor Lengyel fue traicionado por un medico a su servicio, quién había visto su nombre en la lista de sospechosos del régimen. Denunció al doctor y extorsiona a su esposa para que firme unos documentos dónde se especifica que les vendió el hospital y su casa. Olga Lengyel ante el miedo de perder a su marido los firma. La huida es la única solución pues la guerra ha llegado al pueblo, y las deportaciones comienzan a vaciar la comunidad judía. Miklos será deportado a Alemania, Olga trata en vano de salvarlo, sabe que pude reunirse con él, pero no sabe que hacer con sus padres e hijos. Un oficial alemán le dice que pude llevarlos a todos si quiere y que está por salir un tren rumbo a la misma dirección. Olga, Miklos, sus hijos y abuelos llegaron a la estación de ferrocarriles y en vagones aptos para ocho caballos, en los cuales se amontonaban a 96 personas por vagón. Partieron con rumbo desconocido y viajaron a su destrucción. Si querían comer o algo de beber tenían que dar lo que tuvieran a los oficiales alemanes. Tres personas murieron adentro del vagón pero a ningún oficial le importó las súplicas de los pasajeros. Las puertas se abrieron hasta que se llegó a los campos de concentración.
El tren se detuvo los médicos fueron separados así como los hombres de un lado y las mujeres del otro. Unas ambulancias llegaban supuestamente para llevarse a los enfermos. Las familias son separadas. Cada tren descargaba de cuatro a cinco mil pasajeros, todos eran custodiados por guardias de la SS y los dividían. Niños y viejos a la izquierda. Ella se dio cuenta de un olor a carne quemada. Todo estaba rodeado por alambres electrificados de púas. El matrimonio Lengyel es separado. Las mujeres fueron obligadas a desnudarse y metidas a un cuarto. Olga pudo pasar unas píldoras con veneno por si necesitaba de ese último recurso suicidarse. Las examinaron delante de Olga Lengyel, soldados borrachos y posteriormente fueron rapadas. Cualquier intento de desobediencia era contestado con golpes a los genitales o la cabeza. Olga se encontraba en el campo de concentración de Birkenau, a ocho kilómetros de distancia, de Auschwitz. Un edificio de color rojo ladrillo del que emanaba el extraño olor que llamó la atención de Olga, cuando ella pregunto que era, le dijeron que era una panadería. Pronto todo se descubrió. Birkenau era la última parada de los demás campos de concentración que sólo eran de trabajos forzosos. Birkenau era un campo de exterminio donde las cámaras de gas y los hornos crematorios, simplemente, no dejaban de funcionar.
Dos días después, les dieron su primera comida, una bebida que era la peorLas custodias las golpeaban a la menor provocación. Irka, una polaca que llevaba cuatro años viviendo en Birkenau le habla a Olga de los hornos. Olga descubrió que había mandado a toda su familia a la cámara de gas. Incluido a su hijo quien no había sido seleccionado. Olga después de escuchar esto va a buscar a su esposo cuando lo encuentra los dos se sorprenden por el cambio físico y este le pide veneno se lo da pero son descubiertos por alemanes y es la última vez que lo ve.
Todos los días había dos llamados a lista; una al amanecer y otra a las tres de la tarde aunque era común dejarlas esperar horas bajo el sol, inclusive de rodillas. Si llegase a faltar alguna, sin importar que estuviera muerta, había graves consecuencias para todas. Las selecciones eran hechas por el doctor Mengerle, el doctor Klein, Irma Griese y otros altos oficiales Nazis.
El campamento era de quinientos metros de largo, tenia diecisiete barracas por cada lado. Las barracas eran retretes o lavabos, alguna se destinaba a guardar los alimentos, otra administraba y alojaban a las reclusas. Había una jefa por cada sección: Blocovas mismas que gozaban de privilegios como alimentos, ropa, y de escoger esclavas entre las reclusas.
Olga conoció a un joven polaco que sonreía a pesar del descarnado espectáculo que a diario tenía. Su nombre era Tadek mostró pronto sus intenciones al querer seducir a Olga quien pronto se desilusionó del único amigo que tenía. Tadek no se disculpa, habla con Olga y le dice que la vida en un campo de concentración es horrible y todos tenían que procurarse pequeños placeres. Por medio de sus contactos, Tadek intercambiaba comida por sexo. Olga llevaba días sin probar comida y va a un lugar que había escuchado que los hombres se reunían y que existía la posibilidad de que alguno compartieran pan. Sin embargo, encontró a hombres y mujeres apretados en la pequeña estancia donde el mercado negro de favores sexuales por algún pedazo de mantequilla eran las reglas del juego. Un anciano que remojaba su pan se encontró con un pedazo de patata que, por carecer de dientes no podía tragar, se lo ofreció a Olga y cuando aquella se proponía comer su precioso bocado, le fue arrebatado por otra mujer.
Luego de unas semanas, Olga Lengyel era un esqueleto viviente, cierto día, fue seleccionada junto con otras a la cámara de gas. Olga se asombró pues muchas mujeres ignoraban o no querían saber de la existencia de las cámaras y hornos. En un descuido de los guardias, Olga escapó y llegó a otra barraca, se cambia de ropa y regresó a su barraca. La blocaba de su zona reconoció a Olga y le pidió sus botas a cambio de no decir nada. Olga aceptó. Un día se anuncia la intención de poner una enfermería. Una semana después se instaló un hospital. Olga es nombrada parte del personal y se muda a la enfermería donde mejora relativamente su estancia. Las cinco mujeres que atendían la enfermería carecían de uniforme y atendían con los andrajos de siempre. La situación mejoró en cuestión del dormitorio pues les asignaron el viejo urinario de la barraca doce. En seis camas donde se acomodaban y dormían apretadas.
Aunque el campo era básicamente de mujeres, había algunos internos hombres. Un francés, denominado por la autora como L, llegó a convertirse en un visitante asiduo a la enfermería. Además de su presencia simpática y graciosa, L traía noticias sobre el frente de guerra. Las noticias levantaban el espíritu a las reclusas pues no tenían acceso a ninguna información. Olga cae en una profunda depresión, L la llama y la alienta a seguir adelante. Olga sabía que el mundo se tenía que enterar de los horrores Nazis. Olga aceptó y formó parte de la Resistencia. De ésta manera, Olga supo a detalle, todo lo que ocurría en Birkenau y Auschwitz.
Diariamente, llegaban a Birkenau dos o tres trenes, cada uno con treinta o cincuenta vagones repletos de judíos, enemigos políticos, criminales, prisioneros de guerra y civiles. Todos llegaban con falsas promesas y siempre era el mismo rito: izquierda cámara de gas y derecha, detención temporal en Auschwitz. El procedimiento era sencillo: los deportados llegaban con falsas promesas, había pocos soldados, si la familia quería estar reunida se les permitía, de fondo se escuchaba algún conjunto de jazz, se les informa que serán bañados para desinfectarse, se amontona la mayor cantidad de personas posibles en unos cuartos enormes que simulan baños públicos. Se cierra la puerta y cuando la temperatura humana había subido, un soldado alemán dejaba caer una pastilla de gas a base de cianuro. La asfixia es inmediata
Canadá era el nombre con que se conocía al edificio que resguardaba los objetos de valor que habían sido confiscados por los custodios. Olga trabajaba de enfermera, pero eso no le perdonaba trabajar, como todas, en el transporte de cadáveres. Básicamente, el trabajo consistía en trasladar los cuerpos de la enfermería al depósito de cadáveres. A menudo, cuenta la autora, sus pacientes eran su propia carga en cuestión de días.
El doctor Fritz Klein, quién había seleccionado a Olga Lengyel como enfermera, era un alto oficial que se encargaba, junto con Irma Griese y otros oficiales de las selecciones a las cámaras de la muerte. Eran los días lunes, miércoles y sábados. Irma Griese tenía 22 años y es, según la autora, una mujer de extrema belleza que gustaba de caminar frente a las reclusas moviendo sus caderas y presumiendo sus perfumes. Su crueldad era palpable pues azotaba con su látigo indiscriminadamente. Por su parte, el doctor Klein llegaba a tener pruebas, sino de bondad, por lo menos de humanidad pues había “deseleccionado” a varias reclusas que sólo esperaban el momento para partir a la cámara de gas. En alguna ocasión, la autora cuenta como, luego de sus suplicas, el doctor Klein había salvado la vida de treinta mujeres. Olga Lengyel fue castigada por Irma Griese sin embargo, apareció el doctor Klein y la mandó llamar. Olga rompió filas y se acercó al doctor quien le extendió un paquete de medicinas. Irma Griese, quien era la jefa de campo protestó y enfrentó al doctor. Klein no se dejó intimidar pues era el jefe de sanidad del campo. Ambos discutieron por Olga. Cuando la autora llegó a su barraca, fue llamada por el “ángel de la muerte” quien la golpeó repetidas veces.
Organizar era robar a los alemanes para la supervivencia de la gente. L consiguió cinco cucharas y una se la regaló a Olga quién, como todas, comía con las manos. Desgraciadamente, su cuchara no tardó en ser organizada por una antigua millonaria, según descubriría después.
Olga Lengyel y las otras enfermeras decidieron sacrificar recién nacidos para salvar a las madres. Los Nazis evitaban esto mujer que veían embarazada era asesinad de inmediato, aún así, algunas lograban mantener su embarazo hasta el parto, pero su bebé, estaba condenado a morir en Birkenau.
Olga fue tatuada con el número 25, 413. Un sin fin de signos se escondían bajo los tatuajes. Se marcaba la nacionalidad, el crimen, la religión, su carácter de condenado a muerte etc.
La práctica de cualquier religión estaba prohibida en los campos, los religiosos eran los más humillados por los soldados. Los clérigos eran forzados a los trabajos más arduos y las monjas, tenían que presenciar sacrilegios antes de ser violadas por la tropa completa.
Las torturas infringidas pasaban de la crueldad absoluta a lo descabellado. Las prisioneras podían ser obligadas a cargar piedras de un lado a otro o limpiar los pozos usados como letrinas. El olor que quedaba impregnado era inamovible. Tadek, el polaco que alguna vez intentó seducir a Olga, intento en vano fugarse. Su castigo fue, por supuesto, su vida. La sarna enfermó a Olga quién continuaba recibiendo y entregando paquetes para la resistencia.
Joseph Kramer la “Bestia de Auschwitz” era el comandante en jefe del campo. Famoso por matar una tarde a millares de checoslovacos. La autora lo vio algunas veces, cuenta que en una ocasión, las mandaron formar filas y les permitieron sentarse en el suelo. Kramer apareció sonriente y agradable. Una orquesta empezó a tocar valses y unos aviones pasaron a ras. Olga se dio cuenta que las estaban filmando para realizar un falso documental. Por su parte, el doctor Mengele, acostumbraba desnudar a las presas y bajo sus caprichos las golpeaba sin piedad. También el “Ángel Rubio” Irma Griese es recordada por su crueldad. Sólo el doctor Joseph Klein tenía actos más humanos hacía las presas llegando incluso a salvar una cuantas.
Fue en el proceso de Luneburg donde se enjuiciaron a los jefes de los campos de concentración.
Todo acto en el campo de concentración de Birkenau o Auschwitz era de resistencia. Cuando las empleadas del Canadá desviaban los productos con destino a Alemania, cuando las trabajadoras de cualquier índole retrasaban su trabajo, cuando hacían sus pequeñas fiestas e incluso cuando lograban reunir a familiares, eran considerados actos de resistencia con un solo fin. Sobrevivir para contarle al mundo lo que les sucedió. La información era divulgada gracias a L que incluso llegó a construir una radio. Las noticias de las ofensivas de los aliados elevaban la moral de las custodias.
El 7 de octubre de 1944, un crematorio explotó. Un esclavo de las cámaras logró introducir algunas bombas caseras. Sabía que a lo mucho tenía tres meses de vida, pues su trabajo consistía en retirar los cuerpos de la cámara de gas y sólo permanecían algunos meses desempeñando esa labor. Decidió dedicar sus últimos días a destruir la cámara infernal. Algunos reos aprovecharon la confusión y lograron fugarse. El grupo insurgente fue atrapado y les dispararon en la nuca.
Un internado francés que llegó un día a la enfermería, llamó la atención de Olga pues en su cara se notaba una felicidad contenida. El francés se acercó y le dijo al oído que París había sido liberado. El rumor corrió con rapidez en los baños y lavabos. La esperanza comenzó a emerger entre todas las prisioneras.
Los experimentos realizados por los altos jerarcas Nazis, rayaban, como su ideología, en lo absurdo. Miles de conejillos de indias fueron torturados para averiguar cosas del tipo: cuánto aguanta un cuerpo humano a bajas, o altas temperaturas antes de morir, otros se sumergían a agua salada, la castración era practicada de las maneras más inverosímiles, y se experimentaba con sustancias para reducir el apetito sexual en las mujeres. En cierta ocasión, llegó una medicina para los tuberculosos, se aplicó y la mayoría falleció. Los pulmones fueron mandados a la compañía para su análisis. Se hacían pruebas con hormonas y se ofrecían remedios contra el insomnio, la mayoría de las veces, las pacientes morían por la cura. Un millar de muchachos entre 13 y 16 años fueron esterilizados para satisfacer la curiosidad médica Nazi. Se exponían a las mujeres a los rayos X y después se extirpaban sus ovarios para analizar las lesiones.
Era obvio que los alemanes pretendían acabar con todas las razas indeseables mediante el exterminio directo y reduciendo al mínimo su descendencia. Sin embargo el amor, retorcido en algunos casos, se daba hasta en estos lugares. Las blocovas tenían sus amantes así como los oficiales Nazis. Existía un burdel para los soldados, mismos que si veían a una mujer a su llegada en tren, podían apartarla y llevarla a su propio burdel. Era raro que una custodia tuviera amante y las que lo tenían gozaban de privilegios.
El avance de los rusos era eminente y para la última época se respiraba un poco más de libertad. Las fiestas terminaban en orgías y todo mundo se prestaba a la degradación.
También había perros entrenados para violar a las reclusas para el orgullo de los soldados.
Olga no perdió la esperanza de volver a ver a su marido y luego de algunas pesquisas, dio con su paradero. Logró enviarle una nota dónde le avisaba que iba en su encuentro. La manera fue viajar en el “carro de la muerte”. Carro que transportaba a los locos que para la lógica alemana, resultaban interesantes. Entre gritos, personas masturbándose y parejas que simulaban la cópula, Olga viajo al encuentro de Miklos. Ambos se vieron más espectrales que nunca. Se dieron ánimos y se despidieron discretamente, pues Olga viajaba de incógnito. Fue la última vez que la autora vio al doctor Miklos Lengyel. Tiempo después la zona fue desalojada. En el camino, Miklos se detiene a ayudar a una persona desfalleciendo, fueron acribillados por un soldado Nazi.
El 17 de enero de 1945 hubo un desalojo en Birkenau. Los documentos oficiales fueron destruidos y se ordenó el inmediato desalojo de la población. La evacuación se inició a media noche con dirección a Alemania. Sin duda las tropas soviéticas se encontraban cerca de ahí. Olga Lengyel salió de Birkenau con vida.
En el camino se encuentran muertos por doquier, nadie se atreve a romper filas pues los soldados y sus perros mantienen la vigilancia. Un estruendo lejano confirmaba la noticia. Los rusos estaban “a un disparo de ahí”.
Las detonaciones se multiplicaban. Se apresura el paso. Los cadáveres aumentaban. Nadie puede caer en manos de los rusos. Son las órdenes de los soldados. Olga intuye que tiene que escapar. Pasó la noche y logró escapar. Llegó a una iglesia y es alojada por un hombre y su familia. Las patrullas alemanas continuaban su patrullaje. Olga se encontraba en Polonia y fue de nuevo descubierta por los alemanes. Nuevamente logra escapar pues el caos reinaba en el ambiente. La capitulación estaba cerca. Las velas de Stalin alumbraban el cielo alemán. Esa noche, las tropas rusas tomaron Berlín.
Olga Lengyel cierra con la reflexión sobre la crueldad que se encierra en el hombre. Ante tantos horrores que presenció, llegó a dudar de la parte benévola. Algunas personas que conoció durante su estadía, la enseñaron a mantener la moral, la fe y la esperanza en alto. A todos ellos y a las víctimas de los campos de concentración dedica sus memorias.
Un día un oficial nazi llamado Wehrmacht, les conto las atrocidades que se cometían hacia la población judía, eran exageraciones, producto de una mente alcoholizada con el fin de crear miedo. Algo se escuchaba en los campos de concentración. Se sabe que parte de la ideología del Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes, se fundamenta en la creencia de una raza superior. Los alemanes son Arios, descendientes de una raza caucásica, cuyo privilegio residía en no haberse mezclado jamás con cualquier otra esta raza, ya que se creían superiores a todas las demás. Ésta raza es la destinada a dominar al mundo. Lo anterior, fue ciegamente creído por millares de soldados y civiles. Y fue la causante de la segunda guerra mundial.
La masacre de judíos sucede con, la confiscación de sus bienes la cual se realiza en cuestión de segundos quedando reducidos a la pobreza. El gobierno Húngaro pro-nazi, facilitaba la acción de la policía secreta, conocida como la Gestapo, y las fuerzas de los SS. Los saqueos a los negocios por los mismos soldados, eran normales así como los fusilamientos en masa en los bosques. Los cuerpos eran arrojados al río. Adolf Echan, oficial SS, era el encargado de realizar “La solución final”.
El doctor Lengyel fue traicionado por un medico a su servicio, quién había visto su nombre en la lista de sospechosos del régimen. Denunció al doctor y extorsiona a su esposa para que firme unos documentos dónde se especifica que les vendió el hospital y su casa. Olga Lengyel ante el miedo de perder a su marido los firma. La huida es la única solución pues la guerra ha llegado al pueblo, y las deportaciones comienzan a vaciar la comunidad judía. Miklos será deportado a Alemania, Olga trata en vano de salvarlo, sabe que pude reunirse con él, pero no sabe que hacer con sus padres e hijos. Un oficial alemán le dice que pude llevarlos a todos si quiere y que está por salir un tren rumbo a la misma dirección. Olga, Miklos, sus hijos y abuelos llegaron a la estación de ferrocarriles y en vagones aptos para ocho caballos, en los cuales se amontonaban a 96 personas por vagón. Partieron con rumbo desconocido y viajaron a su destrucción. Si querían comer o algo de beber tenían que dar lo que tuvieran a los oficiales alemanes. Tres personas murieron adentro del vagón pero a ningún oficial le importó las súplicas de los pasajeros. Las puertas se abrieron hasta que se llegó a los campos de concentración.
El tren se detuvo los médicos fueron separados así como los hombres de un lado y las mujeres del otro. Unas ambulancias llegaban supuestamente para llevarse a los enfermos. Las familias son separadas. Cada tren descargaba de cuatro a cinco mil pasajeros, todos eran custodiados por guardias de la SS y los dividían. Niños y viejos a la izquierda. Ella se dio cuenta de un olor a carne quemada. Todo estaba rodeado por alambres electrificados de púas. El matrimonio Lengyel es separado. Las mujeres fueron obligadas a desnudarse y metidas a un cuarto. Olga pudo pasar unas píldoras con veneno por si necesitaba de ese último recurso suicidarse. Las examinaron delante de Olga Lengyel, soldados borrachos y posteriormente fueron rapadas. Cualquier intento de desobediencia era contestado con golpes a los genitales o la cabeza. Olga se encontraba en el campo de concentración de Birkenau, a ocho kilómetros de distancia, de Auschwitz. Un edificio de color rojo ladrillo del que emanaba el extraño olor que llamó la atención de Olga, cuando ella pregunto que era, le dijeron que era una panadería. Pronto todo se descubrió. Birkenau era la última parada de los demás campos de concentración que sólo eran de trabajos forzosos. Birkenau era un campo de exterminio donde las cámaras de gas y los hornos crematorios, simplemente, no dejaban de funcionar.
Dos días después, les dieron su primera comida, una bebida que era la peorLas custodias las golpeaban a la menor provocación. Irka, una polaca que llevaba cuatro años viviendo en Birkenau le habla a Olga de los hornos. Olga descubrió que había mandado a toda su familia a la cámara de gas. Incluido a su hijo quien no había sido seleccionado. Olga después de escuchar esto va a buscar a su esposo cuando lo encuentra los dos se sorprenden por el cambio físico y este le pide veneno se lo da pero son descubiertos por alemanes y es la última vez que lo ve.
Todos los días había dos llamados a lista; una al amanecer y otra a las tres de la tarde aunque era común dejarlas esperar horas bajo el sol, inclusive de rodillas. Si llegase a faltar alguna, sin importar que estuviera muerta, había graves consecuencias para todas. Las selecciones eran hechas por el doctor Mengerle, el doctor Klein, Irma Griese y otros altos oficiales Nazis.
El campamento era de quinientos metros de largo, tenia diecisiete barracas por cada lado. Las barracas eran retretes o lavabos, alguna se destinaba a guardar los alimentos, otra administraba y alojaban a las reclusas. Había una jefa por cada sección: Blocovas mismas que gozaban de privilegios como alimentos, ropa, y de escoger esclavas entre las reclusas.
Olga conoció a un joven polaco que sonreía a pesar del descarnado espectáculo que a diario tenía. Su nombre era Tadek mostró pronto sus intenciones al querer seducir a Olga quien pronto se desilusionó del único amigo que tenía. Tadek no se disculpa, habla con Olga y le dice que la vida en un campo de concentración es horrible y todos tenían que procurarse pequeños placeres. Por medio de sus contactos, Tadek intercambiaba comida por sexo. Olga llevaba días sin probar comida y va a un lugar que había escuchado que los hombres se reunían y que existía la posibilidad de que alguno compartieran pan. Sin embargo, encontró a hombres y mujeres apretados en la pequeña estancia donde el mercado negro de favores sexuales por algún pedazo de mantequilla eran las reglas del juego. Un anciano que remojaba su pan se encontró con un pedazo de patata que, por carecer de dientes no podía tragar, se lo ofreció a Olga y cuando aquella se proponía comer su precioso bocado, le fue arrebatado por otra mujer.
Luego de unas semanas, Olga Lengyel era un esqueleto viviente, cierto día, fue seleccionada junto con otras a la cámara de gas. Olga se asombró pues muchas mujeres ignoraban o no querían saber de la existencia de las cámaras y hornos. En un descuido de los guardias, Olga escapó y llegó a otra barraca, se cambia de ropa y regresó a su barraca. La blocaba de su zona reconoció a Olga y le pidió sus botas a cambio de no decir nada. Olga aceptó. Un día se anuncia la intención de poner una enfermería. Una semana después se instaló un hospital. Olga es nombrada parte del personal y se muda a la enfermería donde mejora relativamente su estancia. Las cinco mujeres que atendían la enfermería carecían de uniforme y atendían con los andrajos de siempre. La situación mejoró en cuestión del dormitorio pues les asignaron el viejo urinario de la barraca doce. En seis camas donde se acomodaban y dormían apretadas.
Aunque el campo era básicamente de mujeres, había algunos internos hombres. Un francés, denominado por la autora como L, llegó a convertirse en un visitante asiduo a la enfermería. Además de su presencia simpática y graciosa, L traía noticias sobre el frente de guerra. Las noticias levantaban el espíritu a las reclusas pues no tenían acceso a ninguna información. Olga cae en una profunda depresión, L la llama y la alienta a seguir adelante. Olga sabía que el mundo se tenía que enterar de los horrores Nazis. Olga aceptó y formó parte de la Resistencia. De ésta manera, Olga supo a detalle, todo lo que ocurría en Birkenau y Auschwitz.
Diariamente, llegaban a Birkenau dos o tres trenes, cada uno con treinta o cincuenta vagones repletos de judíos, enemigos políticos, criminales, prisioneros de guerra y civiles. Todos llegaban con falsas promesas y siempre era el mismo rito: izquierda cámara de gas y derecha, detención temporal en Auschwitz. El procedimiento era sencillo: los deportados llegaban con falsas promesas, había pocos soldados, si la familia quería estar reunida se les permitía, de fondo se escuchaba algún conjunto de jazz, se les informa que serán bañados para desinfectarse, se amontona la mayor cantidad de personas posibles en unos cuartos enormes que simulan baños públicos. Se cierra la puerta y cuando la temperatura humana había subido, un soldado alemán dejaba caer una pastilla de gas a base de cianuro. La asfixia es inmediata
Canadá era el nombre con que se conocía al edificio que resguardaba los objetos de valor que habían sido confiscados por los custodios. Olga trabajaba de enfermera, pero eso no le perdonaba trabajar, como todas, en el transporte de cadáveres. Básicamente, el trabajo consistía en trasladar los cuerpos de la enfermería al depósito de cadáveres. A menudo, cuenta la autora, sus pacientes eran su propia carga en cuestión de días.
El doctor Fritz Klein, quién había seleccionado a Olga Lengyel como enfermera, era un alto oficial que se encargaba, junto con Irma Griese y otros oficiales de las selecciones a las cámaras de la muerte. Eran los días lunes, miércoles y sábados. Irma Griese tenía 22 años y es, según la autora, una mujer de extrema belleza que gustaba de caminar frente a las reclusas moviendo sus caderas y presumiendo sus perfumes. Su crueldad era palpable pues azotaba con su látigo indiscriminadamente. Por su parte, el doctor Klein llegaba a tener pruebas, sino de bondad, por lo menos de humanidad pues había “deseleccionado” a varias reclusas que sólo esperaban el momento para partir a la cámara de gas. En alguna ocasión, la autora cuenta como, luego de sus suplicas, el doctor Klein había salvado la vida de treinta mujeres. Olga Lengyel fue castigada por Irma Griese sin embargo, apareció el doctor Klein y la mandó llamar. Olga rompió filas y se acercó al doctor quien le extendió un paquete de medicinas. Irma Griese, quien era la jefa de campo protestó y enfrentó al doctor. Klein no se dejó intimidar pues era el jefe de sanidad del campo. Ambos discutieron por Olga. Cuando la autora llegó a su barraca, fue llamada por el “ángel de la muerte” quien la golpeó repetidas veces.
Organizar era robar a los alemanes para la supervivencia de la gente. L consiguió cinco cucharas y una se la regaló a Olga quién, como todas, comía con las manos. Desgraciadamente, su cuchara no tardó en ser organizada por una antigua millonaria, según descubriría después.
Olga Lengyel y las otras enfermeras decidieron sacrificar recién nacidos para salvar a las madres. Los Nazis evitaban esto mujer que veían embarazada era asesinad de inmediato, aún así, algunas lograban mantener su embarazo hasta el parto, pero su bebé, estaba condenado a morir en Birkenau.
Olga fue tatuada con el número 25, 413. Un sin fin de signos se escondían bajo los tatuajes. Se marcaba la nacionalidad, el crimen, la religión, su carácter de condenado a muerte etc.
La práctica de cualquier religión estaba prohibida en los campos, los religiosos eran los más humillados por los soldados. Los clérigos eran forzados a los trabajos más arduos y las monjas, tenían que presenciar sacrilegios antes de ser violadas por la tropa completa.
Las torturas infringidas pasaban de la crueldad absoluta a lo descabellado. Las prisioneras podían ser obligadas a cargar piedras de un lado a otro o limpiar los pozos usados como letrinas. El olor que quedaba impregnado era inamovible. Tadek, el polaco que alguna vez intentó seducir a Olga, intento en vano fugarse. Su castigo fue, por supuesto, su vida. La sarna enfermó a Olga quién continuaba recibiendo y entregando paquetes para la resistencia.
Joseph Kramer la “Bestia de Auschwitz” era el comandante en jefe del campo. Famoso por matar una tarde a millares de checoslovacos. La autora lo vio algunas veces, cuenta que en una ocasión, las mandaron formar filas y les permitieron sentarse en el suelo. Kramer apareció sonriente y agradable. Una orquesta empezó a tocar valses y unos aviones pasaron a ras. Olga se dio cuenta que las estaban filmando para realizar un falso documental. Por su parte, el doctor Mengele, acostumbraba desnudar a las presas y bajo sus caprichos las golpeaba sin piedad. También el “Ángel Rubio” Irma Griese es recordada por su crueldad. Sólo el doctor Joseph Klein tenía actos más humanos hacía las presas llegando incluso a salvar una cuantas.
Fue en el proceso de Luneburg donde se enjuiciaron a los jefes de los campos de concentración.
Todo acto en el campo de concentración de Birkenau o Auschwitz era de resistencia. Cuando las empleadas del Canadá desviaban los productos con destino a Alemania, cuando las trabajadoras de cualquier índole retrasaban su trabajo, cuando hacían sus pequeñas fiestas e incluso cuando lograban reunir a familiares, eran considerados actos de resistencia con un solo fin. Sobrevivir para contarle al mundo lo que les sucedió. La información era divulgada gracias a L que incluso llegó a construir una radio. Las noticias de las ofensivas de los aliados elevaban la moral de las custodias.
El 7 de octubre de 1944, un crematorio explotó. Un esclavo de las cámaras logró introducir algunas bombas caseras. Sabía que a lo mucho tenía tres meses de vida, pues su trabajo consistía en retirar los cuerpos de la cámara de gas y sólo permanecían algunos meses desempeñando esa labor. Decidió dedicar sus últimos días a destruir la cámara infernal. Algunos reos aprovecharon la confusión y lograron fugarse. El grupo insurgente fue atrapado y les dispararon en la nuca.
Un internado francés que llegó un día a la enfermería, llamó la atención de Olga pues en su cara se notaba una felicidad contenida. El francés se acercó y le dijo al oído que París había sido liberado. El rumor corrió con rapidez en los baños y lavabos. La esperanza comenzó a emerger entre todas las prisioneras.
Los experimentos realizados por los altos jerarcas Nazis, rayaban, como su ideología, en lo absurdo. Miles de conejillos de indias fueron torturados para averiguar cosas del tipo: cuánto aguanta un cuerpo humano a bajas, o altas temperaturas antes de morir, otros se sumergían a agua salada, la castración era practicada de las maneras más inverosímiles, y se experimentaba con sustancias para reducir el apetito sexual en las mujeres. En cierta ocasión, llegó una medicina para los tuberculosos, se aplicó y la mayoría falleció. Los pulmones fueron mandados a la compañía para su análisis. Se hacían pruebas con hormonas y se ofrecían remedios contra el insomnio, la mayoría de las veces, las pacientes morían por la cura. Un millar de muchachos entre 13 y 16 años fueron esterilizados para satisfacer la curiosidad médica Nazi. Se exponían a las mujeres a los rayos X y después se extirpaban sus ovarios para analizar las lesiones.
Era obvio que los alemanes pretendían acabar con todas las razas indeseables mediante el exterminio directo y reduciendo al mínimo su descendencia. Sin embargo el amor, retorcido en algunos casos, se daba hasta en estos lugares. Las blocovas tenían sus amantes así como los oficiales Nazis. Existía un burdel para los soldados, mismos que si veían a una mujer a su llegada en tren, podían apartarla y llevarla a su propio burdel. Era raro que una custodia tuviera amante y las que lo tenían gozaban de privilegios.
El avance de los rusos era eminente y para la última época se respiraba un poco más de libertad. Las fiestas terminaban en orgías y todo mundo se prestaba a la degradación.
También había perros entrenados para violar a las reclusas para el orgullo de los soldados.
Olga no perdió la esperanza de volver a ver a su marido y luego de algunas pesquisas, dio con su paradero. Logró enviarle una nota dónde le avisaba que iba en su encuentro. La manera fue viajar en el “carro de la muerte”. Carro que transportaba a los locos que para la lógica alemana, resultaban interesantes. Entre gritos, personas masturbándose y parejas que simulaban la cópula, Olga viajo al encuentro de Miklos. Ambos se vieron más espectrales que nunca. Se dieron ánimos y se despidieron discretamente, pues Olga viajaba de incógnito. Fue la última vez que la autora vio al doctor Miklos Lengyel. Tiempo después la zona fue desalojada. En el camino, Miklos se detiene a ayudar a una persona desfalleciendo, fueron acribillados por un soldado Nazi.
El 17 de enero de 1945 hubo un desalojo en Birkenau. Los documentos oficiales fueron destruidos y se ordenó el inmediato desalojo de la población. La evacuación se inició a media noche con dirección a Alemania. Sin duda las tropas soviéticas se encontraban cerca de ahí. Olga Lengyel salió de Birkenau con vida.
En el camino se encuentran muertos por doquier, nadie se atreve a romper filas pues los soldados y sus perros mantienen la vigilancia. Un estruendo lejano confirmaba la noticia. Los rusos estaban “a un disparo de ahí”.
Las detonaciones se multiplicaban. Se apresura el paso. Los cadáveres aumentaban. Nadie puede caer en manos de los rusos. Son las órdenes de los soldados. Olga intuye que tiene que escapar. Pasó la noche y logró escapar. Llegó a una iglesia y es alojada por un hombre y su familia. Las patrullas alemanas continuaban su patrullaje. Olga se encontraba en Polonia y fue de nuevo descubierta por los alemanes. Nuevamente logra escapar pues el caos reinaba en el ambiente. La capitulación estaba cerca. Las velas de Stalin alumbraban el cielo alemán. Esa noche, las tropas rusas tomaron Berlín.
Olga Lengyel cierra con la reflexión sobre la crueldad que se encierra en el hombre. Ante tantos horrores que presenció, llegó a dudar de la parte benévola. Algunas personas que conoció durante su estadía, la enseñaron a mantener la moral, la fe y la esperanza en alto. A todos ellos y a las víctimas de los campos de concentración dedica sus memorias.
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